miércoles, 3 de marzo de 2010

LA MEJOR PREVENCIÓN ES UN BUEN JEFE

Francamente, no sé cómo aceptamos con tranquilidad que el 38% de las personas que trabajan en nuestro país sufran de trastornos psíquicos que van desde el estrés a la depresión, pasando por la angustia y el “burnout”. Más de siete millones y medio de personas que están a nuestro alrededor (que pueden ser nuestros amigos, familiares o nosotros mismos) son profundamente infelices como consecuencia del trabajo que realizan, hasta el punto del deterioro de su salud mental.
Vivimos en una sociedad que debería disfrutar de una calidad de vida sin precedentes en la historia de la humanidad, con una esperanza de vida que pronto se acercará a los 100 años, con un sistema del bienestar con el que no podían soñar nuestros padres y aún menos nuestros abuelos y, sin embargo, las enfermedades laborales se están convirtiendo en la gran epidemia. ¿Cómo es eso posible?
Deberíamos dejarnos de paliativos que a muy poco conducen, coger el toro por los cuernos y afrontar la realidad. Más del 60% de los problemas de productividad (incluyendo el absentismo emocional y los trastornos psíquicos) son debidos a mala calidad directiva. Somos los 26º del mundo en este concepto; imperdonable para la 8ª economía del planeta. Tenemos un 36% de los llamados “jefes tóxicos” que, debido a su inadecuado comportamiento, elevan la presión arterial de sus colaboradores en una media del 16% y la probabilidad de infarto de miocardio un 33%. Una reciente sentencia ha considerado accidente laboral un infarto posterior a la bronca con un jefe.
Desarrollar la calidad directiva es imperativo no sólo para atraer, fidelizar y desarrollar talento, para conseguir que la empresa sobreviva en el mercado. También lo es para que los profesionales que la integran pasen de víctimas a protagonistas, de “recursos” a humanos.
¿Qué hacen estos directivos para ser tan tóxicos? Probablemente cometen muchos de los “pecados capitales” de los jefes. Según Leo Farache: no deciden y no mandan, no lideran, son prepotentes (por ser maleducados, inhumanos o falsos), oyen pero no escuchan, pierden con frecuencia el control, son resultadistas, no se atreven a prescindir de los empleados perjudiciales, no piensan en los clientes, tienen y meten miedo tratando de dividir al equipo y son profundamente injustos. Quien esté libre de pecado… Los tóxicos acumulan una buena parte de ellos, y en grado sumo.Desarrollar la calidad directiva es imperativo no sólo para atraer, fidelizar y desarrollar talento, para conseguir que la empresa sobreviva en el mercado. También lo es para que los profesionales que la integran pasen de víctimas a protagonistas, de “recursos” a humanos.
Es una cuestión de Liderazgo. Las empresas sanas poseen líderes a todos los niveles (sólo hay un 16% de directivos que cumplen esa premisa). Las empresas enfermas se consumen porque consumen a sus profesionales (la esperanza de vida de las compañías ha pasado de 43 años en 1982 a 14 años actualmente).
Nos queda una gran esperanza: el Liderazgo femenino. Por lo general, las mujeres que llegan a cargos de responsabilidad no aceptan alcanzarlos si no sienten que lo merecen. Por tanto, apuestan por la autoridad moral (la credibilidad) y no tanto por la autoridad formal (el poder que da ser el jefe). Y esto lo cambia todo, porque la autoridad exclusivamente formal, no moral, genera una “psicología del encarcelamiento” (en palabras de Phillip Zimbardo) que está en la raíz de las enfermedades laborales. Unos piensan, otros ejecutan; unos mandan, otros obedecen: la libertad se echa a faltar, y con ella el servicio al cliente, el ser un auténtico equipo y la innovación. Afortunadamente, la Mujer Líder herederá la empresa… antes de que nos volvamos todos locos.
Juan Carlos Cubeiro, director de eurotalent
Publicado en Dossier Empresarial, el 23 de mayo de 2008

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