viernes, 5 de marzo de 2010

EL REINO DE LA HUMILDAD

La crisis financiera mundial ha puesto patas arriba algo más que el sistema financiero. Ha puesto en vilo los cimientos del propio sistema, ese sistema capitalista idolatrado durante los últimos años por todos sin lugar alguno para la más mínima crítica. El escándalo de Enron y Arthur Andersen supuso no sólo la quiebra de ambos gigantes sino la aprobación de la famosa Ley Sarbanes Oxley, fundamento de los códigos de buen gobierno de los últimos años. Pero lejos del canto de sirena de la Soxley, en las alcantarillas del sistema financiero mundial, en los cimientos de todo el sistema, comenzaron a tejerse maniobras de libre albedrío no sólo de dudosa ética sino que han acabado por poner en el disparadero a todo el capitalismo. Todo comenzó con las hipotecas Suprime, pero si apenas se quedase ahí… El problema es que las Suprime abrieron la Caja de Pandora y tras ella ha empezado a estallar escándalo tras escándalo, el siguiente peor que el anterior. Los Lehman y demás gigantes del sector financiero, las principales inmobiliarias españolas, los principales mercados bursátiles del mundo entero, las hasta hace muy poco enormes GM y Ford… Todos yacen hoy moribundos fruto de los excesos y la euforia desmedida de los últimos tiempos, donde la ética y el auténtico liderazgo han quedado apartados y se ha dado rienda suelta a la demagogia empresarial de la alta dirección.
No cabe la menor duda de que se ha rebasado el límite en los negocios, y esa noción de límite debe estar presente hoy en día en cualquier análisis. “¿Es justo?”, le preguntó el juez al ya ex presidente de Lehman Brothers, Richard Fuld, durante el ya famoso juicio de finales de 2008. Por supuesto, ni es justo ni lícito ni ético. Pero como nadie puso un límite a esos excesos, la crisis reina hoy en todo el mundo.
La crisis es una realidad con mayúsculas. Suena, incluso, redundante ya referirse a la crisis cuando todos los días la palabra más repetida en los principales medios del mundo es ésa: crisis. Pero cuando uno se adentra en los fundamentos de la crisis, pronto se da cuenta de que no sólo es una crisis económica o financiera, sino del sistema, de los valores y fundamentos de éste, sobre los cuales se ha asentado el capitalismo, que después de años de bonanza acabaron en el baúl de los recuerdos y que ahora empiezan a reivindicarse como el salvavidas del sistema. Incluso Barak Obama apeló en su discurso de investidura a esos valores fundacionales y son muchas las voces autorizadas las que empiezan no sólo a entonar ese necesario mea culpa
sino el si cabe más importancia back to basics para salir de la crisis y construir el futuro desde abajo, desde los cimientos, desde la raíz.
Y en los cimientos, en la raíz, en la base del sistema, está la humildad, como propone la fábula El reino de la humildad (Alienta, 2009), escrita por Juanma Roca. Por algo humildad procede de la palabra latina humus (tierra). Es necesario reconstruir los cimientos y hay que hacerlo desde esa tierra, sustento del futuro. La humildad debe presidir el renacer del sistema y del sistema de gobierno de las empresas. Muchas de ellas, prepotentes en época de vacas gordas, se introdujeron en un mundo de riesgos desmedidos, alentadas de paso por las agencias de calificación de rating, juez y parte de ese pecado de todo el sistema. Humildad que debe presidir el liderazgo de los altos directivos, cegados por su riesgo desmedido, por su afán de poder, por su propia grandeza. Humildad en el organigrama de las compañías, tan jerárquicas como distantes de los empleados, hasta unos meses ese valioso “capital humano” al que de un día para otro se ha despedido al pasar de capital a simple coste en cuestión de horas.
Los cimientos del sistema se han venido abajo y es el momento de repensar la empresa desde abajo. Y si abajo están los empleados, es el momento de esa base, de que los empleados adquieran el papel protagónico que les pertenece como artífices de los logros de la empresa. En este sentido, los cimientos del nuevo edificio deben sustentarse tanto en el liderazgo como servicio, como en la noción de “pirámide invertida”, por la que la cúspide, el CEO, aunque arriba, da la vuelta a la pirámide y pasa a estar en el vértice inferior, por lo que deja la parte superior a los empleados, que deben sentirse protagonistas en primera persona del futuro de la empresa. Google lo entendió al momento y por eso ha dejado que sean los empleados quienes tengan parte de su tiempo de trabajo para sí mismos y que innoven por su cuenta. Cómo no va a sentirse protagonista un empleado de Google que innova y ve luego que su innovación es el puntal de la empresa.
Sólo un directivo humilde, abierto, dialogante, podrá fortalecer la empresa desde la base: su gente. Y ese nuevo estilo de liderazgo sólo puede nacer desde el servicio. Y el servicio implica dar, pero sobre todo darse.
El líder, el alto directivo, gobierna desde arriba, pero sólo lo hará en el modo correcto si asciende a su gente a esa cúspide. Y sólo un directivo humilde, abierto, dialogante, podrá fortalecer la empresa desde la base: su gente. Y ese nuevo estilo de liderazgo sólo puede nacer desde el servicio. Y el servicio implica dar, pero sobre todo darse. No debe darle miedo al ejecutivo darse a sus empleados. Así lo hizo Herb Helleker con sus empleados y así SouthWest emergió como el nuevo gigante del sector aéreo norteamericano.
La ecuación no termina ahí. No en vano, la suma del protagonismo del empleado y el liderazgo como servicio pone en tela de juicio –o en tal caso, reinterpreta– uno de los conceptos en auge en la gestión de personas: el employer branding. Qué mejor forma de forjar una buena marca como empleador que a través no del employer branding per se sino a través del employee branding. Si el directivo se da a sus empleados, debe también aprender a ceder. Bajo el nuevo prisma, ceder es, a veces, ganar. Por tanto, deja que tus empleados san los protagonistas y ellos, fruto del entusiasmo, serán los primeros embajadores de tu marca fuera de la empresa, que se convertirá en el deseo de cientos de profesionales.
Toda esta nueva filosofía implica ir más allá de la empatía. No basta sólo con ponerse en el lugar del otro. El directivo debe, muy al contrario, que el empleado ocupe de forma imaginaria ese lugar ejecutivo. No es el profesional el que se debe comprometer con la empresa, sino el ejecutivo quien debe comprometerse con sus empleados. Y en la medida en que se comprometa, sus empleados no sólo le responderán con esa moneda, sino que multiplicarán en valor del compromiso.
Todo parte de la humildad, hecha realidad en forma de transparencia, honestidad, responsabilidad y rendición de cuentas. Ésas son las señas del liderazgo como servicio. Sin embargo, por servirse a sí mismos –y no al resto- en exceso, muchos altos directivos se sientan ahora en los banquillos acusados de llevar a la quiebra a sus compañías. Es el momento de que esos directivos reflexionen y se den cuenta de que el fin último del liderazgo es servir y sólo se sirve desde la humildad.
Juanma Roca, periodista experto en management

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