viernes, 26 de febrero de 2010

MUERTE, DIGNIDAD Y CAMBIO

Quiso el destino que el estreno de Mar Adentro, la última película de Alejandro Amenábar, fuera a coincidir con apenas diez días de diferencia con el fallecimiento de Elizabeth Kübler-Ross, la
fundadora de la tanatología o ciencia de cómo bien morir. La doctora Kübler-Ross nació en Suiza en 1926, la mayor de trillizas, con apenas 900 gramos de peso (lo normal es que no hubiera sobrevivido). Como enfermera, visitó el campo de concentración de Maidanek en Polonia y, tras
estudiar medicina en su país natal, marchó a Estados Unidos a trabajar con pacientes moribundos. Según ella, escuchándoles comprobó que “había mucho que aprender sobre la vida”. Su primer libro en 1969 le convirtió en una autoridad internacional en la materia.
Tras cuatro magistrales películas, no cabe duda de que la muerte es el tema recurrente del cine de Amenábar. Como homicidio (Tesis), como virtualidad (Abre los ojos), como misterio (Los otros) o
como liberación (Mar Adentro), es la gran protagonista de su filmografía. Del más leonardesco de nuestros artistas (además de dirigir, es coguionista junto a Mateo Gil, la produce, compone la música de la película y toma parte activa en todos los detalles de la cinta), destacaría cómo
capta en su última obra la esencia de la Galicia rural (en contraste con la Cataluña urbana y combativa que también se muestra en Mar Adentro) y la exquisita forma que Amenábar tiene de dirigir personas; la interpretación de Javier Bardem como Ramón Sampedro –“una medicina para
el ego” según el actor- roza la perfección; los “secundarios” están a una altura sobresaliente y es casi imposible aprovechar mejor el gran talento de Belén Rueda.
Tras tratar con decenas de miles de moribundos de todas las edades, la doctora Kübler-Ross se convenció de que “el instante de la muerte es una experiencia única, bella, liberadora, que se
vive sin temor y sin angustia” porque “la muerte es sólo un paso más hacia una forma de vida en otra frecuencia”, una reflexión que habrían suscrito los célticos antepasados de Ramón Sampedro. Elizabeth nos legó las etapas del duelo (negación, cólera, depresión, regateo y aceptación),
precedidas de un “shock” y que finalizan en la decathesis. Etapas que se suceden de igual forma en toda gestión del cambio. “Mucha gente vive fases similares en el momento en el que un amigo o amiga les abandona o al perder un empleo o si tienen que abandonar la casa en la que
vivieron durante cincuenta años para ingresar en un asilo o, algunas veces, al perder un animalito doméstico o simplemente una lentilla de contacto. En mi opinión, el sentido del sufrimiento es éste: todo sufrimiento genera crecimiento”
Amenábar dice que su cine “no es un cine de respuestas, sino de preguntas”. Mar Adentro no es un alegato a favor del suicidio, ni de la eutanasia, sino una defensa a ultranza del libre albedrío,
pilar del humanismo. Lo que Sampedro defendía, sereno, valiente, alegre (“cuando no puedes escapar, aprendes a llorar riendo”, decía), era su capacidad de decidir. En palabras de Don Quijote, “que es libre nuestro albedrío y que no hay yerba ni encanto que lo fuerce” (I, 22), pues
“cada uno es artífice de su propia ventura” (II, 66). Es también lo que aprendió la doctora Kübler- Ross: “el libre albedrío es el mayor regalo que recibió el hombre al nacer en el planeta Tierra”
En lo que no habrían coincidido Elizabeth y Ramón es en qué hay después de este “cambio de aires”. Sampedro tiene el “pálpito” de que tras la muerte no hay nada. Kübler-Ross estaba
convencida de que “en la muerte no hay dolor, miedo, ansiedad ni pena. Sólo se siente el agrado y la serenidad de una transformación en mariposa”. En una carta a un niño de cuatro años enfermo de cáncer, le escribió: “cuando hemos realizado la tarea que hemos venido a hacer en
la Tierra, se nos permite abandonar nuestro cuerpo, que aprisiona nuestra alma al igual que el capullo de la seda encierra a la futura mariposa. Llegado el momento, podemos marcharnos y vernos libres del dolor, de los temores y preocupaciones, libres como una bellísima mariposa”

Ramón Sampedro permaneció tetrapléjico durante treinta años. Elizabeth Kübler-Ross sufrió de
parálisis del lado izquierdo, tras varias embolias, desde 1995. Decía: “Soy como un avión que ha salido de la pista y no ha despegado, prefiero volver a la terminal o volar de una vez”. Creía que la última lección que debía aprender era la paciencia. El pasado 24 de agosto por fin pudo
despegar. Con sus obras (la doctora suiza ha publicado más de 20 libros; el erudito gallego escribió Cartas desde el infierno y un libro de poemas, Cando eu caia) y sobre todo con el ejemplo de ambos, nos han enseñado la importancia de la libertad, de la dignidad y de la
transformación personal.

EL ESPANTACOMILONES

En este “capitalismo de karaoke”, de imitación institucionalizada, surgen algunas películas que pueden remover nuestras conciencias, a poco que uno se deje. Me gustaría reflexionar sobre un par de ellas, recientemente estrenadas.

Amenábar dice que su cine “no es un cine de respuestas, sino de preguntas”.
El Espantatiburones (sharktale, en el original) nos lanza, bajo la apariencia de una inocente fábula, algunas poderosas preguntas. Si despojamos a la cinta de la vida submarina, la música funky, las
voces –y caricaturas- de actores conocidos y del hecho de que es una película infantil, la trama puede resumirse así: una sociedad alegre y consumista se enfrenta de golpe a una amenaza (el ataque indiscriminado de unos desalmados) que pone en riesgo su forma de vida. La solución es
un héroe que les defienda. Un tipo tontorrón y con pocos escrúpulos se aprovecha de la situación y, junto con su “manager” (compinchado con los enemigos) y con un familiar del “capo” mafioso (una oveja descarriada a la que mantiene oculto durante largo tiempo), monta una farsa de
lucha, se adentra en la guarida de sus presuntos rivales y se mantiene en lo más alto, cosa impensable dados sus escasos méritos. En el fondo, su éxito lo sustenta una gran mentira. ¿Le suena el argumento?
El arrecife en el que vive “el espantatiburones” (Will Smith, “el Príncipe de Bel Air”) es una ciudad calcada a Nueva York, con su “Times Square”, sus tiendas de ropa, sus restaurantes de comida
rápida, sus taxis amarillos. Los escualos, con Don Lino (Robert de Niro) como “padrino”, viven en un entorno anacrónico (el Titanic). El pececillo protagonista sueña con ser un “pez gordo”. Por ello, se
inventa que su enemigo es enormemente poderoso, que él lo ha derrotado y que por ello es capaz de proteger a su comunidad. Su manager (Sykes, un pez globo –Martin Scorsese-) sabe aprovecharse de la situación. El mejor aliado del seudo-héroe es un tiburón (Lenny, hijo de Don
Lino), que se atreve a internarse en la ciudad, hace creer –por televisión- que Óscar le ha vencido y se esconde hasta el final. Alrededor de Óscar (el nombre evoca Hollywood) hay gente de buena fe como Angie (Renee Zelweger), un pez ángel, y gente interesada como Lola (Angelina
Jolie), una “mujer fatal” con forma de pez dragón. Si hace 400 años Cervantes ocultaba sus críticas a una sociedad decadente y acomodaticia contando la historia de un “loco” metido a caballero andante, ¿qué no habrán de hacer los de Dreamworks en esta “sociedad de la
información”? Por si esto fuera poco, en la versión doblada escuchamos las voces de los de Aquí no hay quien viva (Fernando Tejero, María Adánez, Santiago Ramos), lo que despista aún más. Simultáneamente, los niños ven una película y los adultos no totalmente alienados disfrutamos,
conscientemente o no, de otra más profunda. La denuncia de Morgan Spurlock en Supersize Me! es mucho menos sutil. Dado que el 60% de sus
compatriotas son obesos y que no parecía demostrada la relación entre la comida rápida y la obesidad, se retó a hacer tres comidas diarias (desayuno, comida y cena) en McDonald’s durante un mes entero. Probaría todos los platos del menú al menos una vez y aceptaría el menú súper gigante (“Super size”) cada vez que se lo ofrecieran (ocurrió 9 veces). El resultado es un
documental fresco, muy interesante, con un fino sentido del humor, galardonado con el premio al mejor director en Sundance y Edimburgo y aplaudido en San Sebastián. El deterioro físico y emocional de Spurlock a lo largo de los 30 días se combina con sus revisiones con tres médicos,
entrevistas a abogados, políticos y empresarios, debates con su novia, “chef” vegetariana... Su explicación de cómo los restaurantes de comida rápida logran seducir a los niños y el “paralelismo” entre Ronald Mac Donald y el “comandante en jefe” de su país son de lo mejor de
la película.


El héroe clásico (Ulises, Héctor, Aquiles, Hércules y tantos otros) era un individuo que no buscaba fama ni fortuna, pero que, a lo largo de su peregrinar, se veía envuelto en mil aventuras, que le
servían para mejorar. El seudo-héroe de ahora es un ser interesado que promete resolver los problemas de una forma... rápida, lo que resulta patético. Comida rápida (y barata) como
sucedáneo del auténtico alimento. Beneficios rápidos, a costa del engaño y la mentira. Trabajo rápido: en Generación X, Douglas Coupland llamó macjob a un empleo precario, esclavizado y mal pagado. Consultoría rápida, aplicando soluciones estándar sin detectar las necesidades
reales del cliente, implantada por jóvenes recién salidos de la facultad. Selección rápida, en faenas de “trasteo y aliño”, para salir del paso.
El problema de hoy son las soluciones rápidas, porque no son reales: la naturaleza no conoce atajos, y por tanto el remedio es peor que la enfermedad. El “sueño americano” de soluciones rápidas acaba en pesadilla: seudo-héroes que engañan a su pueblo, comida que deteriora la
salud, una búsqueda del éxito “por la vía más corta” sin merecimiento. Imagino un “sueño europeo” diferente, basado en los dos grandes lemas que ya presidían en la Antigüedad el oráculo de Delfos: “Conócete a ti mismo” y “Nada en exceso” (ni demasiado rápido). Citando a
Rifkin: “¿Cuándo y por qué se ha convertido el materialismo en sustituto del idealismo, y el consumo en un término de significado positivo en lugar de negativo?”


En este “capitalismo de karaoke”, de imitación institucionalizada, surgen algunas películas que pueden remover nuestras conciencias, a poco que uno se deje.
Juan Carlos Cubeiro, director de eurotalent

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