viernes, 26 de febrero de 2010

EL COACH DE ALEJANDRO MAGNO

Después de reinterpretar la Iliada en Troya, Hollywood (vía Oliver Stone) ha trasladado a la gran pantalla la biografía de Alejandro Magno, con resultado desigual: la película ha costado más de 110 millones de euros y en su país ha recaudado menos de la cuarta parte. Sin embargo, en los 20
países en los que se estrenó en diciembre (Asia y Europa del Este), ha sido número uno en taquilla. Y en Europa Occidental, recién estrenada este enero, el éxito parece asegurado.
Alejandro Magno (356 a.C.–323 a.C.) es uno de los grandes personajes de la historia: Rey a los 20 años, desde Macedonia unió toda Grecia, conquistó Asia Menor, Egipto, Mesopotamia, Persia, Afganistán... invadió la India, dominando el 90% del mundo conocido. Batalló durante más de una
década, recorrió más de 35.000 kilómetros, fundó decenas de ciudades y triunfó en 70 batallas, cuatro de ellas épicas (Gránico, Iso, Guagamela e Hidaspes), sin sufrir ni una sola derrota. Conocía por el nombre a 10.000 de sus soldados y, aunque fue herido en innumerables ocasiones, siempre
rechazó la ayuda médica. Murió un mes antes de cumplir 33 años, en la cima de su gloria, transformando la historia para siempre.
Cuando Alejandro cumplió los trece años, estaba en condiciones de recibir educación superior; dado que Atenas se había convertido en país enemigo, tenía que cursarla en Macedonia. Su padre, Filipo II, contrató al hombre más sabio de la época: Aristóteles de Estagira. Si bien Sócrates
es considerado el primer “coach” de Occidente, y Platón propugnaba la doctrina del filósofo rey (el fracaso de ciertas instituciones académicas demuestra lo arriesgado de su teoría), Aristóteles
fue el primer desarrollador del talento de quien hoy consideraríamos un gran ejecutivo. “Seguramente la ardiente imaginación de Alejandro encontró en él a un intérprete y a un guía”, ha escrito su biógrafa Mary Renault. ¿Qué pudo aprender el futuro emperador de sus diálogos con
un pensador tan genial? - El “alma intelectual” como regente de los apetitos inferiores y más bajos. Alejandro
aprendió la philotimia: el amor al honor. Su pasión fue alcanzar aquello para lo que tenía potencial (“sé lo que deseas parecer”), lanzarse a un noble ideal, una de las grandes ideas aristotélicas. Ganó una enorme confianza en sí mismo, equiparable a su genio y su fuerza
de voluntad. Se consideraba heredero de Hércules y Aquiles en su valentía y coraje. La ética de Aristóteles fue decisiva en los valores de este macedonio. - La importancia de los afectos. Platón ensalzaba el amor; Aristóteles, la amistad. Los
amigos de Alejandro apreciaron siempre en él su generosidad, su encanto irresistible, su capital emocional. Se cuenta que casi todos estuvieron unidos a él de por vida. Después de la victoria, sus alianzas con persas e indios fueron determinantes. Siempre dirigió desde
el frente, dando ejemplo, como un auténtico soldado. - Como Aristóteles fue en realidad un científico inductivo, Alejandro se aficionó a la botánica, a la zoología, a la medicina, a la filosofía, a la música y al teatro. Gracias a su
mentor, su curiosidad fue insaciable; no podía vivir sin libros. Su forma de replantear los problemas le convirtió en “acero flexible en una edad de hierro”. Venció a la armada persa desde tierra, eliminando sus fuentes de agua potable. Derrotó al ejército indio,
mucho más numeroso que el suyo, disparando sus flechas a los ojos de los elefantes. Avanzó por Grecia como Hegemón de la Liga de Corinto, no como rey de Macedonia.
Utilizó el simbolismo como pocos (era un libertador, no un conquistador). Supo dónde estaba el límite de las capacidades de su ejército para volver a casa. Alejandro estuvo casi cuatro años aprendiendo con Aristóteles, desarrollando su cerebro visceral, su cerebro emocional y su cerebro intelectual: el hombre de “alma grande” que vive concienzudamente. Hizo de La Ilíada su libro de cabecera (textualmente) y se convirtió en un gran
comunicador. Cuando el aún príncipe cumplió los 16 años, Filipo lo nombró regente de Macedonia. La ciudad natal de Aristóteles, Estagira, fue reconstruida y repoblada. Ciertos expertos consideran que esto convierte a la educación de Alejandro en la más cara conocida.
Debió merecer la pena.

Alejandro es un gran ejemplo histórico de que el liderazgo no se enseña, pero bien se puede aprender. Formó un gran equipo (Antípatro como tándem, Parmenión como segundo, los
innovadores Pérdicas, Ptolomeo, Hefestión, Filotas, Nearco), supo compensarles, hacerles crecer y juntos conquistaron el mundo. Desgraciadamente, Alejandro también nos enseña que las fortalezas llevadas al extremo pueden convertirse en obsesiones. Tras la muerte del rey persa Darío
(330 a.C.), el orgullo de Alejandro dio paso a la vanidad. Ejecutó a Filotas, asesinó a Parmenión, mató personalmente a Clito (que le había salvado la vida) por discrepar de él, eliminó a su cronista oficial, Calístenes (sobrino de Aristóteles y educador del ejército incluso en campaña). Se
arriesgó más allá de lo que su gente podía alcanzar. Murió en Babilonia, víctima de una fiebre tifoidea, con la entereza de un Sócrates. Su imperio no le sobrevivió. Ptolomeo, que sí fue capaz
de fundar en Egipto una dinastía que duró 300 años, resumió su legado: “Su fracaso se alzó por encima de los éxitos de los demás”. Siempre perduraron las claves de su aprendizaje con Aristóteles: Pérdicas le preguntó cuándo quería que se le rindieran honores divinos, y él respondió:
“Cuando seáis felices”. Al fin y al cabo, su coach le había enseñado que “la felicidad consiste en hacer el bien”


REPETIR LA GLORIA

Su forma de replantear los problemas le convirtió en “acero flexible en una edad de hierro”.
Ocean’s eleven no solo fue un divertido ejercicio cinematográfico entre actores amiguetes, sino una de las 50 películas más taquilleras de la historia (más de 444 millones de dólares de recaudación) y un magnífico ejemplo de trabajo en equipo, que quedó reflejado en estas mismas
páginas hace casi tres años. El equipo que configuraba Danny Ocean (George Clooney) conseguía en 2001 robar a la vez tres de los principales casinos de Las Vegas gracias a un plan bien trazado, pero sobre todo a un objetivo común, reglas claras, personalidades
complementarias, buena compensación y una ilusión compartida por el proyecto. Ocean y su colega Rusty (Brad Pitt) formaban un tándem eficaz y el resto de los integrantes del equipo cumplían a las mil maravillas, en oposición al tirano Terry Benedict (Andy García), dueño de los
casinos, y su banda de obedientes secuaces.
La cinta merecía una segunda parte. Este conjunto de personas ha vivido una situación única, excepcional: han trabajado como un gran equipo. La mayoría de nosotros también hemos experimentado esa magia de satisfacción y rendimiento en algún momento, y sentido que dura
poco. ¿Podrán repetir Ocean y los suyos la experiencia, esta vez en Europa? Al menos diez factores pueden impedirlo:
- Una identidad poco clara: Cuando Terry les llama “los once de Ocean”, los propios integrantes del equipo no están de acuerdo con el nombre. Algunos prefieren llamarse “el proyecto Benedict”, en referencia a su enemigo. La inspectora de Europol Isabel Lahiri
(Catherine Zeta-Jones) les denomina “Robert Ryan y sus amigos”. Y cuando se preguntan






a quién acudir en el seno del equipo, responden: “A Rusty (Ryan)”. Esto es, al gestor del día a día, no al líder inspirador.
- Las deserciones: El integrante más veterano, Saul Bloom (Carl Reiner), cree que ya se ha divertido bastante y abandona el grupo. Frank Catton (Bernie Mac), el eficiente crupier

de la primera parte, es detenido a las primeras de cambio y apenas interviene en este “segundo proyecto”. El malabarista chino se pierde dentro de una bolsa por los
aeropuertos de Europa. En los momentos decisivos, el equipo se queja de que “falta personal”
- La necesidad de promoción: El joven Linus Caldwell (Matt Damon), quiere mayores responsabilidades de dirección, aunque el chaval aún no está preparado.
- La voluntad de participación: Como ya ha triunfado, todo el equipo se siente con el derecho a que sus opiniones no sólo sean escuchadas, sino automáticamente

aceptadas. Orientarles es mucho más complicado.
- El exceso de microgestión: Rusty, que lo ha hecho muy bien en el robo a los casinos de Las Vegas, tiende en exceso al detalle, lo que provoca que sus propios negocios de
hoteles vayan mal.
- El incremento de la competencia: Como ya saben de su capacidad, les siguen las pistas Terry Benedict, el más famoso ladrón del continente, Francois Toulour (Vincent Cassel) y la
Europol.
- Las dificultades en las comunicaciones: A Rusty su ex novia Isabel le quita el móvil, y por tanto quiebra su sistema de comunicación.
- El tiempo que corre en su contra: En la primera parte, el equipo juega con el factor sorpresa y marca la pauta. En ésta, sólo dispone de quince días para devolver lo robado
en los casinos... con intereses. La presión es mayor.
- El posible fin del ciclo: Los gemelos Malloy y el artificiero consideran a Danny Ocean un hogareño cincuentón, cuyo tiempo parece haber pasado. Debería cuidar de su mujercita Tess (Julia Roberts). El equipo se enfrenta a un ladrón francés, más joven y ágil.
¿Más vale estar solo que mal acompañado?
- Demasiado orgullo, demasiado ego: El más frecuente y peligroso de los riesgos. El millonario Reuben Tishkoff (Elliot Gould) habla de ello, pero sabe que a Ocean no le

afecta.
Paradójicamente, tras el éxito el equipo (en este caso, el de Ocean) es más vulnerable que antes de él. Por ello, ha de “ampliarse” con determinadas alianzas; el jugador número doce en el
terreno de juego.
En lo que coinciden crítica y público es en que tanto el director, Steven Soderbergh, como los actores parecen habérselo pasado genial rodando juntos, en el estilo metrosexual de toda la cinta y en que no hay química entre Brad Pitt y la Zeta-Jones, su pareja en la película (habría sido
mejor contar con Jennifer Aniston). La química es esencial en el equipo. En cualquier caso, en su primer fin de semana ha recaudado 40’8 M$, el cuarto mejor estreno en diciembre de todos los tiempos, tras la trilogía de “El Señor de los Anillos”, superando a “Ocean’s eleven” en casi 3 M$.
Segundas partes pueden no ser tan buenas, pero sí rentables.
Juan Carlos Cubeiro, director de eurotalent

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